Creo que hablo por todos cuando digo que, alguna vez, tuvimos
que “cruzar”, y hablo en el amplio sentido de la palabra. Todos cruzamos
kilómetros, personas, calles, vidas, odio, amor, etc.
San Martín, por
ejemplo, cruzó los Andes, se dice que en un caballo blanco, luego se dicen en una mula y termina con que lo cruzó en una camilla delirando de dolor y vómitos, y te lo hacen saber a medida que van pasando los años, desapareciendo la belleza del caballo blanco.
Me preguntó si fue difícil, pero mi mejor pregunta es: ¿Cuándo,
cruzar la calle, será fácil?; cuando se nos cruce la
vida vos y yo, tal vez
Cuando se nos crucen las miradas, las
palabras, tu boca y la mía formando un momento intacto similar al sonido de un LA 7; cuando tus
besos se crucen con mis besos, cual pintura de Rene Magritte; cuando tu mano se cruce con mi mano en
un destello de colores felices entre el rojo, azul y nácar; cuando tus ideas se crucen con mis ideas, como
un choque atroz en la ruta 40; cuando tu pelo se cruce con mi pelo y se enreden
siendo un riel en donde haya un tren y ese tren te lleve al costado del arco
iris; cuando tus brazos y tus piernas se crucen con las mías formando un hilo
conductor de energía radiante de pasión; cuando tu lengua se quede sin palabras
y yo pueda brindarte frases completas, libros de poesía, manuscritos de sopa de letras; cuando tu amanecer se cruce con mi anochecer en una mística tarde de
palabrerios divertidos, ahí, solo ahí será el momento exacto de decir que
cruzar la calle nunca fue más fácil y que atarse bien los cordones era tan solo
una prueba valiente de cuidarse el uno al otro de una futura caída, mientras
mas atados mejor, mientras mas abrazados mejor.
Hasta que no se nos cruce la vida, de alguna forma, no podré decir que tan fácil es cruzar la calle.
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